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En el actual retorno a la Naturaleza que vivimos, la emblemática obra de Frank Lloyd Wright, construida entre 1936-1939, reviste más actualidad que nunca.
En ningún momento ha dejado de ser un gran referente de la arquitectura del siglo XX. No obstante, hoy la Casa de la Cascada (Fallingwater House), o Casa Kaufmann, construida entre 1936-1939, se erige en icono de ese acercamiento, y en su caso fusión, de la arquitectura con el entorno natural, que muchos habitantes de las ciudades añoran y ahora reclaman.
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Proyectada por Frank Lloyd Wright (EE.UU. 1867-1959), en una zona de bosques al sur del estado de Pensilvania, su destino era ser segunda residencia para la familia de Edgar J. Kaufmann. El posicionamiento de la Casa de la Cascada sobre un salto de agua del rio Bear run, en el seno de frondosa naturaleza, fue una decisión de Wight que marcaría todo el proyecto desde el punto de vista espacial y estructural. Parece ser que el cliente esperaba una ubicación distinta en la finca, más alejada de la cascada y con vistas frontales hacia ella. Y no las cenitales y algo vertiginosas que propuso quien está considerado uno de los genios de la arquitectura del siglo XX.
Para Wright no había duda, ese era el lugar donde debía asentarse la casa. Su innovadora visión cumplía de la mejor manera posible el cometido de una arquitectura en comunión con el entorno natural. Y hacia ello enfocó el diseño y todos los recursos técnicos disponibles. Era casi como si la arquitectura hubiera manado del manantial. O como si la Casa de la Cascada fuera en sí misma una gran boca de fuente. Por encima de todo, refleja el pensamiento de Wright: una arquitectura que hace posible al ser humano habitar en el lugar del que es en realidad originario.
El hijo del propietario de la Casa Kaufmann Jr, quien estudió arquitectura y trabajo un periodo de tiempo con Wright, diría más adelante de él: “entendió que la gente eran criaturas de la Naturaleza, y por tanto, debía indagar en una arquitectura que se ciñera a ella”.
Una superposición de terrazas en distintos niveles compone la parte más visible de la Casa de la Cascada y su relación con el agua en caída libre. La vivienda se abre ostensiblemente hacia el exterior. Pero el interior se repliega dando intimidad a los habitantes, a modo de cueva natural protectora, como si arquitectura y Naturaleza se fusionaran llegando a ser un solo cuerpo. Los dormitorios disponen de techos más bajos que las zonas comunes, en consonancia con el recogimiento o expansión de las personas al relacionarse. El sonido omnipresente del agua pone en contacto directo a sus habitantes con el cambio de las estaciones, siendo más vibrante en primavera.
Frank Lloyd Wright aplicó una estructura en voladizo de varias terrazas sobre el rio, cuya solvencia fue revisada diversas veces por estudios de ingeniería y dio pie a disparidad de criterios a la hora de valorar la seguridad. Incluidas las desavenencias con Edgar J. Kaufmann en distintos momentos del proceso, aunque finalmente la fuerte personalidad del maestro Wright se impuso. “Quiero que vivas en la cascada, no solo que la mires”, le diría a su cliente.
En el año 1963 la propiedad de la Casa de la Cascada fue donada a la Western Pennsylvania Conservacy y abierta un año después al público como casa museo. Hoy, catalogada como Lugar histórico Nacional en EE.UU, forma parte también de la lista de lugares Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La arquitectura visionaria de Wright, no obstante, se ha visto confrontada con el paso del tiempo y las leyes de la Naturaleza. Su convivencia tan próxima con el agua y sus arriesgados voladizos ha requerido posteriores reparaciones y refuerzos estructurales. Los nuevos materiales y tecnologías de construcción contemporáneos brindan renovada solidez a esta obra genial de un arquitecto de convicciones y energía inacabable.
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