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Series de mecanismos
Texto: Laura Novo
Emocional, sostenible y tecnológico, el diseño orgánico permite reconectar el entorno humano con el mundo natural.
Flexibilidad, versatilidad, sostenibilidad, adaptación y respeto por el entorno, y un diseño y una arquitectura más humanizadas, caracterizan esta nueva era, que, tras la crisis mundial de la Covid-19, ha vuelto a poner el foco en la reconexión con la naturaleza, la vuelta a los orígenes y una firme apuesta por los recursos locales. Una observación y búsqueda de armonía entre el hábitat humano y el mundo natural, donde juega un papel fundamental lo orgánico, un concepto nacido en la década de 1930 de mano de arquitectos y diseñadores como el norteamericano Frank Lloyd Wright, el sueco Gunnar Asplund o los finlandeses Eero Saarinen y Alvar Aalto, que ahora vuelve a cobrar especial importancia.
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Con ya casi un siglo de vida, el bautizado como diseño orgánico se caracteriza por una búsqueda de la funcionalidad y el equilibrio, a través de formas curvas y sinuosas; proporciones, colores, materiales y texturas inspirados en la naturaleza; y una abundante luz natural. Aspectos todos ellos que apuestan por un bienestar, emocional y físico, fundamental si se quiere disponer de entornos sostenibles y saludables para el ser humano.
El obligado periodo de confinamiento experimentado a nivel mundial en 2020 aceleró cambios que ya se venían intuyendo, pero sobre todo hizo consciente al mundo entero del papel que la naturaleza tiene en el bienestar, tanto emocional como físico, de las personas. Una naturaleza dejada de lado y maltratada durante muchos años, a través de diseños, edificios y ciudades creados sin tener en cuenta su entorno, y que ahora muchos abogan por recuperar.
Entre las corrientes que defienden esta reconexión con el entorno natural emerge el diseño orgánico. Una disciplina que no es nueva y que pone a las personas en el centro, incorporando una nueva conciencia de los productos y unos espacios, que, además de su componente estética, técnica o funcional, atienden a una dimensión mucho más emocional. Y es que el tiempo ha demostrado cómo los objetos con los que convivimos, o los espacios en los que vivimos o trabajamos, influyen directamente en nuestra salud.
Frente al gusto por lo artificial, los colores llamativos o la excesiva ornamentación de otros estilos, el diseño orgánico apuesta por una vuelta a las raíces que en muchos casos suple el contacto directo con el mundo natural, a través de piezas y espacios de formas, texturas y materiales vegetales, que transmiten las emociones y sensaciones propias de este entorno. Reproducir el ciclo circadiano a través de la iluminación natural o crear diseños fluidos y adaptables, que juegan con las percepciones visuales y espaciales, son otras herramientas que, junto a aspectos menos visibles pero igual de importantes, como la sección áurea o el diseño fractal, replican artificialmente aspectos de la naturaleza para activar partes positivas del cerebro y devolver a las personas su esencia más ancestral.
En España, Antoni Gaudí y, más tarde, Miguel Fisac, fueron algunos de los mayores exponentes de la denominada arquitectura orgánica.
Otro nombre clave en el panorama nacional contemporáneo es el del diseñador valenciano Nacho Carbonell, que, inspirándose en el Mediterráneo y en el análisis del comportamiento de los materiales naturales y las técnicas experimentales, crea objetos de formas orgánicas a partir de materiales reciclados y de origen local.
Junto a su vertiente más natural, el diseño orgánico ofrece una más lúdica, donde, de la mano de figuras internacionales, como el egipcio Karim Rashid o israelí Ron Arad, los productos parecen juguetes y los espacios se convierten en ludotecas. Otra más tecnológica permite investigar sobre aspectos como la ergonomía, nuevos materiales inspirados en el mundo natural o innovadores métodos de producción, como la impresión 3D.
Con proyectos que combinan un profundo respeto por el entorno con un exhaustivo trabajo de investigación, el estudio madrileño SelgasCano es un claro ejemplo de esta última; mientras que otros, como Izaskun Chinchilla o Andrés Jaque (Office por Political Innovation), apuestan desde hace tiempo por lo que ellos denominan “la revolución ecológica de la arquitectura”.
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