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Autora del paisajismo de La Casa de la Luz, de Simon, Beatriz Borque explica las vicisitudes del proyecto y su visión de una disciplina poco conocida por el gran público.
Beatriz Borque es Arquitecta por la ETSA Barcelona, Universidad Politécnica de Cataluña (2005), y Paisajista por la Universidad Politécnica de Cataluña y École Supérieure de Paysage de Versailles (2011). Su práctica profesional abarca la arquitectura y el paisajismo a muy diversas escalas.
Entre otros proyectos, es autora de los Jardines Antònia Vilàs, arquitectura y paisaje en coautoría con Miquel Mariné; Patio para edificio 110 habitaciones en el Eixample, arquitectura y paisaje en coautoría con Maio Architects; paisajismo para el Hotel Wittmore y, en proyecto, Estructuras de paisaje en un espacio natural en La Adrada, Ávila.
Ha llevado a cabo el paisajismo del nuevo espacio insignia de Simon en Madrid, La Casa de la Luz. Hablamos con ella sobre este proyecto de sesgo experimental y de su punto de vista sobre la misión del paisajista.
-¿Cuáles fueron tus referencias a la hora de definir el paisajismo de La Casa de la Luz de Simon?
Por una parte, el propio proyecto original del arquitecto Fernando Higueras, autor del edificio Oasis (Viviendas para militares) donde está, que ya incorporaba vegetación en las jardineras de la planta baja. Seguí su pauta: que tuviera potencia y bastante cuerpo. También tenía en la cabeza el lenguaje de hormigón y plantas de la arquitectura de Lina Bobardi y sus proyectos en Brasil, con patios circulares abiertos al exterior, lucernarios y plantas.
En cambio, en el patio del sótano un referente fueron los jardines japoneses. El del templo Genko-an de Kyoto y como ver el mundo a través de una ventana, o usar la piedra y la vegetación baja. Los detalles de las texturas, jugar con esa escala pequeña de piedra, musgo, helecho dentado. Con fragmentos. Hay un gran contraste entre ambas zonas. También lo fue el sotobosque de la Fageda d’en Jordà, en Olot, de donde es originaria Simon.
-La Casa de la Luz incorpora un patio con vegetación de sotobosque en planta sótano. Parece un desafío a la naturaleza.
En este proyecto ha habido condicionantes algo extremos. En 10 cm de tierra, más las capas de drenaje, hoy está creciendo la vegetación de ese sotobosque. Mi intención, más allá de poner plantas, ha sido crear un trozo de paisaje, más que un patio doméstico. El sistema de riego también va en esa dirección. Con microdifusores a la vista, no escondidos, realizados con tubo de acero galvanizado de aspecto industrial. Se plantó en enero-febrero de 2022 y no ha habido muchas bajas. Lo normal es que entre un 10-20% lo sean.
-Entiendo que este capítulo del proyecto es bastante experimental.
Sí, en Simon me decían que buscara ejemplos, antecedentes. Y yo contestaba: esto no se ha hecho antes. Se parece más a hacer un terrario. Quizás haya un ejemplo, del paisajista suizo Günther Vogt en una colaboración con el artista Olafur Eliasson. El trabajo de Vogt me gusta mucho, es muy inspirador. Resulta un poco complicado tener referentes en paisajismo aquí en España, ya que no hay tanta tradición como en otros países europeos.
-La Casa de la Luz es ya una realidad como nuevo espacio de Simon consagrado a la cultura de la luz. ¿Qué papel dirías que juega la luz actualmente en los espacios contemporáneos que habitamos?
La luz es un básico en cualquier espacio. La arquitectura es lo que es porque existe la luz. Lo que creo es que hoy hay un exceso de luz artificial, por motivos de seguridad. Y me molesta. Lo que plantea Simon es una luz más fenomenológica, más atmosférica. Pienso que es el aspecto más interesante. La luz debe ser ecológica y sostenible. Pero, además, tiene un papel en cada momento y cada espacio.
-Tras tu implicación en este proyecto, que le dirías al visitante (tanto profesional como de público general) que va a encontrar en La Casa de la Luz
Por un lado, lo que se espera de un show-room, muy útil para conocer productos, en este caso expuestos en un espacio marcado por la arquitectura de Fernando Higueras. Por otro, en el sótano encontrarán un espacio secuencial articulado y marcado por la luz, siempre cambiante.
Creo que La Casa de la Luz contempla la iluminación como algo que forma parte del lugar, no un añadido. Una luz con un concepto de espacio elástico, como una ameba.
-En la inauguración de La Casa de la Luz se dijo que este espacio aborda también “como querríamos que fuera la luz del futuro”. ¿A ti como te gustaría que fuera?
Como te decía, menos luz en general. También me gusta la luz blanca, me tranquiliza, la más similar a la luz natural diurna. Estamos un poco empachados de luz cálida. En un espacio público, en un jardín o patio, cuando todo es luz se pierde la calidad de las cosas, no hay cobijo. Cuando hay sombras, se crean pequeños espacios y te sientes más confortable. Personalmente, me interesa también mucho el reflejo de la luz sobre los materiales, como se refleja por ejemplo sobre unas baldosas cerámicas brillantes.
-La Casa de la Luz ha querido instalarse en el edificio Oasis de Fernando Higueras, emblema de organicismo y brutalismo. ¿Qué destacarías de la obra de este arquitecto?
Higueras introducía la vegetación casi como parte de la arquitectura. Como un brazo más del edificio. En el Oasis, los pavimentos que diseñó son excepcionales: de mármol tratado como un terrazo a gran escala y de hormigón que alterna círculos de distintos diámetros de hormigón pulido y fondos de hormigón con piedra vista. También es remarcable la colocación en las entradas de los buzones como un mueble a otra escala. Una de las obras que más me gusta de Higueras es la casa para el artista Lucio Muñoz. Es brutalista, pero también muy japonesa, muy limpia en la manera de construir. Como coloca el entramado estructural de hormigón, apoyando unas vigas sobre otras recuerda la construcción de madera tradicional.
-Antes has mencionado al paisajista suizo Günther Vogt. ¿Qué te interesa de su trabajo?
Como afronta los proyectos. Los suizos tienen los Alpes como su Central Park. Vogt siempre introduce especies y elementos de la montaña, incluidas rocas. Trabaja con las tarteras, las laderas de montaña formadas por piedras de diferente grano. Hay diseño en sus proyectos, pero tú no lo ves. Su mirada está más relacionada con la materia, como puede ser el tipo de suelo, las plantas, el agua, etc.
-A ti, ¿qué te llevo a dedicarte al paisajismo?
Primero estudie arquitectura. El último año curse un Erasmus en París. Yo quería vivir un tiempo allí por su urbanismo. Entonces vi que la Escuela Superior de Paisajismo de Versalles era muy buena y me matriculé.
Mi familia es de un pueblo de Teruel. Siempre me ha interesado la simbiosis y dialogo de las plantas y el paisaje con la arquitectura. Me interesa sobre todo el paso de la arquitectura al paisaje y del paisaje a la arquitectura. Lo leo como algo transversal, como un cambio de escala. Al final, estás hablando de crear espacio. No me interesa demasiado la especialización, ya que te puedes perder muchas cosas en esta fragmentación.
-¿Algún aprendizaje a destacar de tu paso por la Escuela de Paisajismo de Versalles?
El trabajar con procesos naturales desde una visión sin complejos. En Barcelona los enfoques son más urbanísticos y territoriales. Allí es más sensorial. Los estudios tienen una vertiente más experimental, aunque muy seria. Aquí todo es más frio, siempre se ha de solucionar algo. Al paisajismo le falta entidad propia. El paisaje por el paisaje se ha perdido.
-Cuando abordas un proyecto de paisajismo, ¿qué es lo más importante en el punto de partida?
El punto de partida es el lugar, la topografía, la climatología. Luego la relación con la arquitectura. Lo que me interesa más del paisajismo es que se base en sus condicionantes. Para mí un paisaje no tiene que tener una función lúdica, de desahogo, de tránsito. Cada persona le dará la funcionalidad que quiera. Para mí su función es ser paisaje.
-Si tuvieras que escoger unas pocas especies de árboles y plantas que enraizaran en un lugar, ¿cuáles serían?
Depende mucho del lugar. Me gustaría trabajar en un clima centroeuropeo, con grandes bosques, con plantaciones de hayas. Plantar castaños de indias en Barcelona no funciona, pero en Ávila sí. Ahora estoy allí con un proyecto de 38 hectáreas, con 150 árboles de nueva plantación: castaños, frutales, fresnos y robles. La primera fase fue la gestión del bosque. Es un proyecto relacionado con el sistema agrícola, la trashumancia de vacas y recuperar la gestión de pastos. El paisajismo es muy interesante porque en algunos casos te pone en contacto con trabajos antiguos, como ganaderos, gente del campo, que te explican el lugar de un modo diferente.
-Volviendo al inicio, la obra de Higueras fue muy pionera en el uso de vegetación en la ciudad. ¿Cuál es tu opinión sobre la actual renaturalización de las urbes? ¿En qué momento dirías que estamos?
Es positiva para la ciudad y el territorio. Pero requiere también la implicación de la ciudadanía. Y aquí es una asignatura pendiente. Hay poca conciencia del espacio público y responsabilidad individual. Por otra parte, creo que requiere planteamientos más globales, que el verde sea realmente parte de un sistema. Es una red que si empiezas a interrumpir puede verse debilitada.
Madrid en estos momentos tiene espacios verdes muy grandes y bien mantenidos, en las calles es otra cosa. En Barcelona, podríamos ser más radicales. Parece que juguemos con demasiadas muletas. Demasiadas indicaciones de donde poner las cosas, hay una hiperfuncionalidad en la ciudad. Se ha de crear el verde como infraestructura no a nuestro servicio, sino a su servicio. Y, desde luego, el verde hay que ponerlo donde funciona, si no es una tristeza.